Hijo de un coronel de Intendencia de la Armada, Andrés Lapique Do Barro cursó la carrera de Marina Mercante, que no llegó a concluir a falta del aprobado en una asignatura. En su camino se cruzó su afición musical. Componía de oído, con su guitarra. Ilusionado en su afán de contar historias sencillas de su tierra; de mocitas en edad de enamorarse, de rapaces soñando caminos del futuro; con retratos de paisajes, romerías, bailes populares…
Se había casado con Paula López, a la que conoció en Bilbao y con ella y sus cuatro hijos levantó su casa de la sierra madrileña marchándose por largo tiempo a México, donde tampoco le rodaron bien las cosas y hubo de trabajar como gerente de una sala de fiestas y de un hotel, toda vez que manifestara haber sido engañado por su representante. No cobró las galas que hizo y optó por alejarse una prolongada temporada de la música. Con un quinto hijo en la familia retornó a España en 1980, ya olvidado y las casas de discos nada quisieron saber de sus nuevos proyectos. Le echó una mano en La Coruña su buen amigo, el comentarista musical Nonito Pereira, que hasta le facilitó algún dinero al saberlo "sin blanca", completamente en la calle. Durante unos meses fue tirando porque también Nonito le consiguió un programa de radio, convenientemente remunerado. Pero Andrés quería volver a la canción, intentándolo en una gira en la que lo estafó otro representante, según confesaría. En 1982 Antonio D. Olano lo incluyó en el reparto de una comedia musical, ¡Ay, caray, con las chicas de Echegaray, junto a las hermanas Raquel e Irene Daina, que duró en cartel hasta enero del año siguiente.
Lo que siguió después fue un duro, largo periodo de inactividad para Andrés do Barro. Entró en una fase desesperada de su atormentada vida. No siendo hormiga, con los ahorros volatilizados, ya no levantó cabeza, se separó de su mujer, buscó amparo en una abogada, Margarita, que lo acompañó los dos últimos años de su vida, en tanto refugiado en el alcohol se lamentaba de no haber gozado de una segunda oportunidad. Lo conocí. Era un muchacho agradable, simpático, desenvuelto, aunque algo irresponsable, que no supo calibrar los vaivenes del mundillo artístico, por lo corriente inestable. Y no salió del pozo negro en el que se vio envuelto, falleciendo de un tumor hepático en Madrid el 22 de diciembre de 1989. El día de la Lotería Nacional. Cuando su suerte ya hacía mucho tiempo le había abandonado.
Fue enterrado en la intimidad. Ninguno de sus compañeros de la canción estuvo presente en el cementerio.
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